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Nota

Ekai. In memoriam

By 20 noviembre, 2020No Comments

Ekai. In memoriam
(13/10/2001 – 15/02/2018)

Ekai nació el 13 de octubre de 2001. Fue un niño muy deseado.

Me quedé embarazada en cuanto nos lo propusimos. Como no tenía ningún malestar, ni náuseas, ni nada, me hice una segunda prueba de embarazo, porque llegamos a dudar de que estuviera embarazada. Todo el embarazo fue estupendamente, yo me encontraba genial. El parto fue muy rápido: rompí aguas a la una de la madrugada, me duché, me vestí, cogimos un taxi y al llegar al hospital enseguida me llevaron al paritorio porque ya estaba muy dilatada y, sin epidural ni nada porque ya no daba tiempo a que me hiciera efecto. A las tres y media de la madrugada ya lo tenía en mis brazos.

A los tres años empezó a ir al cole y ahí empezaron nuestras preocupaciones. Su profesora nos dijo que tenía actitudes muy infantiles y nos pidió permiso para hacerle unas pruebas. Después de hacérselas, nos invitaron a llevar a nuestro hijo a un centro especial al que tendríamos que llamar nosotros y explicarles no sabemos qué, porque nunca nos dijeron qué era lo que supuestamente le ocurría a Ekai. Nos negamos. Decidimos llevar a nuestro hijo a la consulta de una psiquiatra, que le hizo unas pruebas, y pagamos 350 euros para que nos dijera que el niño tenía un poco de falta de madurez, pero que era muy pequeño para hacer nada al respecto y que esperáramos.

Pasaron los cursos y los profes siempre nos decían algo sobre Ekai: que si le costaba más que a los demás, que si iba por detrás… Le hicieron más pruebas, pero no sabían decirnos qué le ocurría. Un día sugerí a ver si podía ser dislexia, y tajantemente me dijeron que no porque en las pruebas había dado negativo. Pero un día nos propusieron que le llevásemos con un especialista y cuál fue nuestra sorpresa al ver que aquel hombre era logopeda y experto en dislexia… Pero si decían que dislexia no era… En fin, le llevamos, le hizo unas pruebas y, efectivamente, Ekai tenía dislexia y discalculia. Concertamos una reunión en el cole y cuando les dijimos el resultado de las pruebas y que Ekai tenía dislexia y discalculia, nos contestaron que ya se lo imaginaban…¡tócate las narices!

En segundo de primaria, se decidió que Ekai repitiera curso porque le vendría bien. La verdad es que fue lo mejor que le pudo pasar, porque con el cambio de compañeras y compañeros, de profes… a partir de ahí, le fue mucho mejor.

A pesar de ello, cada curso le costaba más. Él se esforzaba un montón y se frustraba mucho cuando veía que tenía que trabajar el triple que los demás para muchas veces no conseguir buenos resultados. Pero su actitud era impecable. En las reuniones con los tutores nos decían que trabajaba muchísimo, que se esforzaba un montón y que llegaría a hacer lo que él quisiera.

Terminó primaria y llegó el Instituto. Las cosas se iban poniendo más difíciles y se le veía muy agobiado, aunque nosotros siempre le habíamos dicho que no importaba si suspendía, ya que veíamos y sabíamos todo lo que se esforzaba. Pero él, se auto-exigía mucho. Empezó a salir cada vez menos a la calle y a ir dejando a las amigas y amigos de lado.

Cuando era más pequeño, alguna vez dijo que le gustaría ser un chico. Pero, claro, no le dimos mayor importancia, porque no sabíamos casi nada sobre esta realidad y porque pensábamos que lo decía estéticamente hablando, ya que a Ekai nunca le gustaron los vestidos ni las faldas, prefería el pelo corto…

Recuerdo que cuando alguna vez íbamos a comprar ropa, si veía en la sección “de chicos” un pantalón que le gustaba, yo le decía que no le iba a quedar bien, y entonces se enfadaba conmigo. Yo intentaba explicarle que las tallas de “chico” y de “chica” eran diferentes y que había que encontrar un pantalón que le estuviera bien de talla. Al final, entendía lo que yo le decía y que no era porque no quisiera comprárselo o me pareciera mal.

Ekai ya llevaba el pelo corto. Como le había crecido algo la parte de atrás que la tenía rapada y como en casa tenemos una máquina de cortar el pelo, un día de Reyes que venían unos amigos a casa a comer, le dije si quería que le pasará la máquina un poco. Me dijo que sí y no sé lo que hice pero la parte trasera se la rapé al cero… ¡menos mal que a él le gustó! Se puso un pantalón vaquero negro, una camisa blanca con una corbata y una americana negra que me pidió prestada. Le puse el pelo todo hacia atrás engominado y cuando le vi listo, le dije:

–¡Menudo tío bueno que estás hecho!

Tendríais que haber visto su cara. Se le iluminó de una manera que jamás había visto. El resto del día lo pasó súper contento… hasta bailaba. Incluso hicimos una sesión de fotos familiar, cosa que nunca quería hacer. Nunca nos dejaba que le sacásemos fotos.

Un día, me senté en la cocina con él y le pregunté:

– A ver, explícame cómo es eso de que te gustaría ser un chico.

Y me contestó:

– Ama, no es que me gustaría ser un chico, es que yo soy un chico.

Le pregunté por qué no lo había dicho hasta entonces y me dijo que no sabía cómo íbamos a reaccionar. Le preguntamos si estaba seguro; nos contestó con un rotundo sí. Le dijimos si pensaba operarse y al principio dijo que sí muy seguro, pero luego ya no lo estaba tanto. Decía que el pecho seguro que sí y lo demás, ya vería.

Tanto Elaxar, su padre, como yo, nos lo tomamos muy bien, sin problema… De hecho, pensamos que quizás se había aislado de todo un poco, por haber tenido que callar lo que era hasta los 15 años. Elaxar le dijo que no le importaba que fuera chica o chico, o un perro o un caballo, que le querríamos igual y que le apoyaríamos siempre.

Ese mismo día, me puse en contacto con la hermana de una amiga nuestra, que pertenecía a la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis Euskal Herria, ahora Naizen, para que nos guiase un poco sobre qué podíamos hacer, ya que estábamos perdidos. Sabíamos que existía la transexualidad, pero no teníamos ni idea de lo que realmente era esa realidad. La hermana de mi amiga me dio el teléfono de la madre de la asociación que atendía y orientaba a las familias. Cuando llamé, enseguida me contestó una voz muy dulce que me orientó con todo el cariño, la delicadeza y un calor que jamás podré agradecer. Y nos pusimos en marcha.

Ekai y yo nos pusimos en el ordenador, en busca de su nuevo nombre. Y después de un rato encontró su nuevo y verdadero nombre: EKAI.

Esa misma noche, Ekai escribió en el grupo de whatsapp de su clase del instituto su nuevo nombre y les dijo que a partir de entonces le llamaran así y le tratarán en masculino. Iradi, su hermana pequeña le preguntó:

– Ya que tú se lo has dicho a los de tu clase, ¿se lo puedo decir yo a mis amigos?

Y Ekai le respondió que sí. En cuanto Iradi lo contó, una amiga le dijo:

– ¿Pero tus padres ya le dejan?

A lo que Iradi contestó:

– Mis padres no le tienen que dejar nada. Tengo un hermano y punto. Y ya no hables más del tema–. Fue muy gracioso.

A la mañana siguiente, cuando nos levantamos para que Ekai fuera al instituto, le encontramos en la cocina llorando con el móvil en la mano. Lo primero que pensamos fue: “Ya se ha metido alguien con él y le han dicho algo feo, seguro”. Le preguntamos por qué estaba llorando y nos enseñó el móvil… Todos los mensajes eran de apoyo: “qué valiente eres”, “te apoyamos a tope”, “estamos contigo”… Por eso estaba llorando, totalmente emocionado, por el apoyo que le estaban transmitiendo.

Ese mismo día fuimos al instituto a hablar con la orientadora para explicarle la situación. Ella no tenía ni idea de qué había que hacer. Le expliqué algunas cosas y le di el teléfono de Naizen para que llamara y le asesoraran. Me dijo que lo haría, pero una semana después no lo había hecho. Así que fue la responsable de Naizen quien le llamó a la orientadora para informarle, y su primera respuesta fue que a ver si esto no se podía dejar para el año siguiente… ¡en fin! Al menos le explicaron todo lo que debía hacerse.

Por la tarde fuimos al ambulatorio, a la médica de cabecera, para que nos derivara a la Unidad de Género. La mujer no tenía ni idea de lo que tenía que hacer, pero su disposición a ayudar y a hacer lo que debía fue maravillosa. Tras varias llamadas no conseguía derivarnos a la Unidad porque nadie tenía ni idea del protocolo a seguir ni de nada. Pero miró a Ekai y le dijo:

– Tú no te preocupes, que yo te mando a la Unidad sí o sí.

Y así fue. Al de un par de días nos llamaron de la Unidad para darnos la primera cita. Y la cita fue para junio, ¡cuatro meses después!

Esperamos hasta que llegó el gran día. Cogimos el coche y nos fuimos para allí. El pobre Ekai cuando iba en coche se mareaba un montón y aquel día, después de vomitar varias veces, llegó bastante mal.

Nos llamaron y entramos en la consulta. Solo había dos sillas. A Elaxar lo invitaron a sentarse en una camilla que había allí. Había tres médicos sentados: una psicóloga, un psicólogo y el psiquiatra. Aquello parecía un juicio. La psicóloga empezó a hacerle a Ekai un sinfín de preguntas. Solo le faltó preguntarle que talla de calzoncillos usaba. El psicólogo no dejaba de anotar cosas, y el psiquiatra nos miraba de arriba abajo sin decir nada. Fue muy incómodo, la verdad. Al terminar, la psicóloga nos dijo que tendríamos una cita más con el psicólogo y que entonces ya nos pasarían con la endocrina. Nos fuimos, no sin antes coger cita para la próxima consulta, que nos la dieron ¡para tres meses después!

Volvimos a la siguiente consulta. Ekai, otra vez, muy mareado y con dolor de cabeza. Más preguntas. Yo pregunté que cuántas cosas más tenía que preguntar para “certificar” que Ekai era un chico. Me contestó con un gesto como de… “pues no sé”. Ekai le dijo que lo pasaba muy mal por la regla, que no quería tenerla, que si a él le gustaría tener la regla siendo un hombre. Le dijo también que el verano ya lo daba por perdido, porque no iba a ir a la playa con pechos. El psicólogo le contestó que no se centrara tanto en la regla y esas cosas, y que buscara alternativas… Se lo repitió varias veces: que buscara alternativas.

Al terminar la consulta, nos dijo que cogiéramos una nueva cita para el psiquiatra. Nos enfadamos muchísimo y yo le dije:

–¿Cómo que una cita para el psiquiatra? ¡Si en la anterior consulta, delante de ti, tu compañera dijo que una cita contigo y que después nos pasaba con la endocrina!

A lo que el psicólogo contestó:

–Bueno, es que cada caso es único, cada uno tiene sus tiempos…

Le dijimos que en cuanto saliésemos por la puerta, íbamos a poner una queja y nos respondió que estábamos en todo nuestro derecho. Y claro está que lo hicimos.

Como el tiempo entre una consulta y otra era tan largo y a Ekai se le estaba haciendo eterno, con tanto viaje a la Unidad, sopesamos la posibilidad de acudir al Servicio público de atención, asesoramiento y ayuda para personas trans de otra comunidad autónoma. Sabíamos que allí eliminaban el diagnóstico psiquiátrico a la hora de acceder a los tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas y que podríamos conseguir las tan ansiadas hormonas para Ekai. Le comentamos esa posibilidad a Ekai y él nos dijo que no. Nos dijo que quería conseguir las hormonas en la Unidad de nuestra comunidad, porque si no, todo seguiría igual; que quería conseguir que cambiaran las cosas aquí para él y para los que vinieran por detrás. Nos pareció muy generoso por su parte, la verdad, e hicimos lo que nos dijo.

Mientras esperábamos que llegara la siguiente cita, que era al de dos meses, le compramos a Ekai un binder y el día que lo recogió del buzón… ¡madre mía! Salto las escaleras de tres en tres hasta casa y se lo puso enseguida. Como le brillaban los ojos al mirarse en el espejo y ver que no se le notaba el pecho… ¡era feliz!

Habíamos solicitado la documentación transitoria que ofrece la administración autonómica y ya la teníamos en nuestro poder. En la misma se certificaba que su nombre era Ekai y su sexo masculino.
También habíamos ido al juzgado para pedir el cambio de nombre en el Registro Civil. Una de las funcionarias nos animó a que pidiéramos también el cambio de la mención al sexo. Nosotros dudamos porque sabíamos que solo lo conceden siendo mayor de 18 años y llevando dos años de tratamiento hormonal. La funcionaria insistió y le hicimos caso. Como era de suponer, nos lo denegaron. Y además, al pedir las dos cosas, si te deniegan una, te deniegan las dos. Así que volvimos a pedir solo el cambio de nombre por uso habitual, y estábamos a la espera de resolución.
Volvimos a la Unidad. Ekai llegó muy mareado, como siempre. Cuando entramos en la consulta, el psiquiatra empezó a escribir en el ordenador durante por lo menos cinco minutos, mientras nosotros, en silencio, nos mirábamos unos a otros, esperando a ver qué nos decía. Le miró a Ekai y le preguntó:

–¿Qué tal estás?

Y Ekai le dijo:

–Mareado. Y me duele la cabeza.

Respuesta del psiquiatra:

–Muy bien. Nos vemos dentro de dos meses.

Nosotros estábamos furiosos. ¿Para esto nos hace ir hasta allí? ¿Elaxar tiene que perder un día de trabajo, y Ekai perder un día de instituto y marearse tanto para esto? Pues nada, otra vez pusimos una queja. Fuimos a coger cita y nos dieron ¡por fin! cita para la endocrina, además de otra para el psiquiatra.

Volvimos para la cita con la endocrina. Le mandó las pruebas pertinentes para antes de la hormonación: análisis de sangre, cariotipos, densitometría… Hicimos todas las pruebas. Y llamamos a la Unidad para anular la cita con el psiquiatra. Dijimos que si Ekai necesitaba estar con él, ya pediríamos cita.

Mientras tanto en el instituto, aunque cambiaron el nombre de Ekai en las listas, no habían hecho la formación del profesorado, ni la de padres, que desde la asociación les habían recomendado que hiciesen.

Cuando Ekai terminó tercero de Secundaria, que le costó mucho, se decidió que en vez de cuarto, hiciera Diversificación Curricular porque era más “fácil”, y aceptamos todos de buen grado.
Pasó el verano y comenzó el nuevo curso. Ekai tenía un profesor con el que conectó de una manera espectacular. Le encantaban sus clases, los temas de los que hablaba y cómo los explicaba. Sobre todo, cuando hablaba sobre los samuráis y su filosofía de vida. A Ekai ese mundo le fascinaba. De hecho, cuando vio por primera vez la película “El último samurái”, de Tom Cruise, le encantó. Le gustó tanto, que vio la película mil veces. En una pequeña libreta que tenía apuntaba frases de la película, y se llegó a aprender casi todos los diálogos. La verdad es que le impactó mucho esa película. También llegó a hacer una especie de libro, con imágenes y textos que fue recopilando sobre la filosofía samurái.

Un día Ekai me dijo que su nueva tutora, que lo había conocido ese curso, le había tratado en femenino y que no entendía por qué. Que entendía que la gente que le conocía de antes alguna vez se confundiera. Pero su tutora, que le había conocido ya siendo Ekai, ¿cómo era posible que se equivocara? No lo entendía y nosotros tampoco, la verdad. Una vez que fui al instituto me encontré con ella y me dijo que le veía a Ekai muy bien y muy contento. La verdad es que nosotros también. Le comenté lo que me había dicho Ekai, y le pregunté que, si le acababa de conocer este curso, cómo podía confundirse al tratarle. Me contestó:

–Es que es muy femenino. Con los chicarrones grandes que tengo en clase…

La verdad, me quedé helada. No supe ni qué decirle. Luego le comenté que Ekai quería estudiar fotografía cuando acabara el curso, pero la escuela más cercana para hacerlo estaba a una hora en coche y que él se mareaba muchísimo como para andar viajando tanto. La tutora me respondió que eso era lo que había; y que a ver por qué no hacía auxiliar de enfermería, que faltaban hombres… Casi le dije:

– Sí, o si quieres payaso, o mimo…

Ekai quería hacer fotografía, ¡no auxiliar de enfermería! Estuvo ahorrando durante un montón de tiempo para comprarse una buena cámara de fotos, y cuando lo consiguió, empezó a ahorrar otra vez para comprarse varios objetivos.

Un día hablando con una muy buena amiga, me dijo que por qué no le comentaba a Ekai para estudiar el Bachiller por Artes en un pueblo cercano, y así, ir encaminando hacia la fotografía que era lo que él realmente deseaba hacer. Ese mismo día, al llegar a casa, le comenté la idea a Ekai. Estuvimos mirando las asignaturas que había y al ver que no había ni Matemáticas, ni Física y Química, se emocionó mucho, ya que eran las asignaturas que más le costaban debido a su discalculia. Y me dijo que sí, que lo haría muy contento.

Pronto era la Japan Weekend en Bilbao, el mayor evento de cultura japonesa. El año anterior habíamos ido por primera vez y Ekai disfrutó muchísimo. Nos dijo que participaría en un concurso de coreografías K-Pop (Pop Koreano) y estuvo ensayando para ello. Nosotros encantados… Con lo tímido e introvertido que era, iba a participar en un concurso bailando, delante de gente. Se le veía muy ilusionado.

También la semana siguiente, teníamos cita con la endocrina y le comenté que como ya se había hecho todas las pruebas que le pidió, si estaba todo bien, igual por fin, le darían ya las ansiadas hormonas.

Se le veía tan contento… Entre que ya estaba encaminado el próximo curso para estudiar Bachiller por Artes, sin Mates ni Física y Química, que iba a participar en el concurso de baile de la Japan Weekend y que igual la semana siguiente ya le darían las hormonas… Nosotros pensábamos que estaba en su mejor momento. Pero nada más lejos de la realidad.
El 15 de febrero de 2018, Iradi se fue al colegio y Elaxar a trabajar como siempre. Ekai no tenía que ir al instituto ya que tenían una semana de fiesta por los Carnavales. Yo aproveché, como muchas otras veces, para ir al mercadillo de un pueblo cercano. Ekai estaba en la cama. Entré en su habitación y le dije que iba al mercadillo y que no tardaría mucho. Le dije que siguiera durmiendo si quería, y me dijo: “Gero arte!”.

Cogí el autobús de las nueve y diez. Llegué, le compré en el mercadillo un pantalón a Iradi y volví de nuevo a la parada. Esperé el autobús, me subí… De repente, el chófer nos dice que tenemos que parar y bajarnos porque hay una avería. Le mando un WhatsApp a Ekai para decirle lo que pasaba, que habíamos bajado y estábamos esperando que viniera a recogernos otro autobús. Fue muy raro, porque Ekai siempre me contestaba a los mensajes enseguida, pero pensé: “Igual está dormido todavía”. Llegó el autobús, me subí y llegamos a Ondarroa. Fui al supermercado a comprar el pan y un par de cosas más. Subí las escaleras hasta la puerta de casa. Toqué el timbre porque venía con bolsas y no podía sacar las llaves… Nadie me abría. Volví a tocar… nada. Dejé las bolsas en el suelo, saqué las llaves y abrí la puerta…………………

¡¡¡¡¡¡Ekai se había suicidado!!!!!!

Intentamos reanimarle, pero ya era tarde.

Ahora quedan mil preguntas sin respuesta: ¿Por qué? ¿Cómo no lo vimos venir? ¿Por qué no nos dijo que no estaba bien? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿Por qué…? ¿por qué…?¿¿¿¿¿¿por qué??????
Las preguntas sin respuesta y la sensación de culpa creo que jamás desaparecerán. Pero intentamos aprender a vivir con ello…

Ekai se ha convertido en nuestro “pequeño gran samurái”, porque un verdadero guerrero no lucha por odio a los que tiene en frente, sino por amor a los que tiene detrás.

Jamás diré que nadie tenga la culpa del suicidio de Ekai, pero siempre me preguntaré cómo habrían sido las cosas si ya hubiera estado tomando sus hormonas, viéndose en el espejo con su barbita, con su nuez más pronunciada, con su voz más grave… Quién sabe…

Ekai llevaba un año esperando su tratamiento hormonal, después de aquellas consultas sin sentido, con preguntas estúpidas, con mentiras… Y cuando Ekai le decía al psicólogo que lo pasaba muy mal cuando tenía la regla y con los pechos, aquel psicólogo diciéndole que no se centrara en eso y que buscara alternativas… Que buscara alternativas. Algún día, Elaxar y yo, volveremos allí, buscaremos a aquel psicólogo y solamente le diremos:

–¿Te acuerdas de nosotros y de nuestro hijo Ekai? ¿Te acuerdas que le dijiste que no se centrara en la regla, ni en los pechos y que buscara alternativas? Pues mira… te hizo caso. ¿Te gusta la alternativa que tomó?

Algún día lo haremos.

Dicen que son los padres quienes dejan un legado a sus hijos pero, en nuestro caso, es Ekai quien nos ha dejado un legado a nosotros. Uno muy importante: seguir luchando para que las personas trans sean libres. Libres para poder vivir y ser lo que son, sin que nadie les juzgue ni decida por ellos. Recogemos el testigo de nuestro hijo y seguiremos luchando por él, y como él decía, por los que vienen por detrás. Para que no haya nunca más otro Ekai.

Solo queremos que nadie se olvide de Ekai, nuestro pequeño gran samurái. Algún día volveremos a estar juntos. Mientras tanto, agur ez… gero arte, Ekai.

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Relato escrito por Ana Martínez, madre de Ekai.
Publicado en el libro «Tránsitos. Comprender la transexualidad infantil y juvenil a través de los relatos de madres y padres» (Aingeru Mayor. Ed. Bellaterra, 2020)