Mitos y falsedades
Desenmascaramos algunos mitos y falsedades en torno a la transexualidad en la infancia y juventud
Desde la Psicología al hablar de transexualidad e infancia, hay quienes plantean que la identidad sexual no es estable y consistente hasta los 7 años. Y de ahí concluyen que no sería conveniente hacer el tránsito antes de esa edad puesto que la identidad sexual todavía no está definida. En este razonamiento hay más de una trampa que es necesario desenmascarar.
Lo primero es tener claro que una cosa es la identidad sexual (la peculiar manera de ser chica o chico) que va evolucionando a lo largo de toda la vida (y por lo tanto, podemos decir que nunca es estable); y otra, la autopercepción del propio sexo (el saberse chico o chica) que, hasta donde sabemos, es inmutable.
A veces se usa el término identidad sexual para referirse a la autopercepción como chico o chica. Pero cuando se está planteando si es o no estable hasta los 7 años, en realidad no se está hablando de la identidad sexual, sino de la autopercepción como chico o chica.
Lo segundo sería aclarar a qué se refiere eso de que sea estable y consistente. Desde la Psicología se ha estudiado que en la infancia se va adquiriendo la capacidad de reconocer que los objetos poseen características que permanecen invariables aunque se den transformaciones en su apariencia; por ejemplo, que la redistribución de la materia no afecta a la masa, número, volumen o longitud (si moldeo de manera diferente un mismo trozo de plastilina el volumen no varía). A esta noción Piaget le llamó conservación.
Esta capacidad se adquiere en la mayoría de niñas y niños alrededor de los 7 años de edad. Y parece que la conservación en relación al sexo también se da alrededor de esa edad. Es decir, antes de los 7 años, niñas y niños pueden creer, y así lo expresan a veces, que alguien que sea chico, en el futuro pueda ser chica; lo pueden pensar sobre los demás o sobre sí mismos. Pero a partir de esa edad comprenden que el sexo de alguien no cambia con el tiempo: que quien es chico seguirá siendo chico y quien es chica seguirá siendo chica.
Hasta los 7 años pueden hacer afirmaciones del tipo “Soy niño, pero de mayor seré niña”, pero esto no significa que su autopercepción como niño o como niña no sea estable, sino que la conservación no ha sido aún adquirida. Es decir, no significa que su sexo pueda cambiar, sino que aún no saben que no puede cambiar.
Por ello todo, afirmar que la identidad sexual no es estable en la infancia para justificar que no hay que posibilitar que estas niñas y niños puedan vivir según su sexo, no sólo no tiene ningún sentido, sino que además convierte a quienes realizan dichas afirmaciones en responsables del sufrimiento generado.
La falsedad de los datos sobre desistimientos
La mayor parte de la literatura “científica» sobre cuestiones relacionadas con la transexualidad en la infancia ha sido realizada desde el ámbito psiquiátrico. En la misma se usa, de manera ambigua y muy poco precisa, el desafortunado término disforia de género para referirse a la transexualidad, mezclándola con otras realidades, y desde una mirada patologizante de la misma.
En algunas de esas publicaciones se afirma que no es razonable realizar el tránsito en la infancia. Y lo justifican principalmente afirmando que “la mayoría de los niños con disforia de género desisten en la pubertad”. Ristori y Steensma(2016), por ejemplo, ofrecen un porcentaje de desistimientos del 85%, de una muestra total de 317 casos, a partir de una recopilación de estudios de seguimiento cuyos porcentajes de desistimientos varían entre el 60 y el 98%.
Si el porcentaje de desistimientos entre niñas y niños transexuales fuese tan alto ¿cómo puede ser que desde las distintas asociaciones de familias de menores transexuales en el Estado español informen de que entre las más de un millar de familias de las que tienen conocimiento no ha habido ni un solo caso de desistimiento? Algo no cuadra… Veamos de dónde sale ese 85%.
Una tercera parte de la muestra que se referencia en dicho estudio procede de estudios anteriores a 1987, estudios en los que el criterio para incluir casos en la muestra era tratarse de niños afeminados, criterio que no parece muy serio para identificar casos de transexualidad.
Los otros estudios recopilados usan los criterios diagnósticos de disforia de género del DSM.
El criterio principal, que en la última versión del DSM-V es considerado criterio sine qua non, es formulado así: “the experience of a strong desire to be of another gender or an insistence to be another gender”. Este criterio mezcla, usando la conjunción disyuntiva “o”, dos realidades bien diferentes:
La “vivencia de un intenso deseo de ser del otro sexo”, que haría referencia a los comportamientos que difieren de las expectativas de género.
- Por ejemplo, niños a quienes les gusta maquillarse o jugar con muñecas y que, porque se burlan de ellos, muestran malestar y expresan que desearían ser niña, porque “si yo fuese niña, me dejarían en paz ser como soy”. Son niñas masculinas y niños femeninos. Niñas con vulva y niños con pene que viven con mucho malestar las imposiciones de género que no van con su forma de ser y expresarse.
La “insistencia en ser del otro sexo”, que haría referencia a la transexualidad.
- Niñas con pene y niños con vulva que insisten en ser del sexo que son (aunque los demás crean y afirmen lo contrario). Si se les da la posibilidad, realizan el tránsito para vivir socialmente de manera acorde a su propio sexo. En algunos casos estas niñas y niños al haberles negado su identidad una y otra vez, no son ya capaces de decir “yo soy”, y se expresan diciendo “desearía ser”, lo que dificulta la comprensión de su realidad confundiéndola con la del punto anterior.
En la pubertad
En la pubertad, las chicas masculinas y los chicos femeninos no suelen sentir malestar hacia sus cambios corporales y no demandan ningún tratamiento médico, por lo que dejan de ser diagnosticados de disforia de género. Son los que (los estudios dicen que) desisten.
En cambio, las chicas y chicos transexuales siguen siéndolo en la pubertad, es decir, quienes decían “Yo soy del otro sexo” (en realidad, lo que decían era “Yo soy del sexo que soy, y no del que vosotros decís que soy”) lo seguirán diciendo. En muchos casos, ante el malestar generado por el desarrollo de caracteres sexuales secundarios no deseados, demandan tratamientos médicos. Y se les mantiene el diagnóstico de disforia de género. Son los que (los estudios dicen que) persisten.
Conclusiones
Steensma et al.(2013) estudiando los factores asociados con la persistencia y los desistimientos hallan un resultado muy esclarecedor: “Quienes persisten indicaron explícitamente que sentían que eran del otro sexo; quienes desisten indicaron que se identificaban como chicos femeninos o como chicas masculinas que sólo deseaban ser del otro sexo”. Es decir, quienes desisten cumplían la primera parte del criterio del DSM (deseo de ser) y los que persisten cumplían la segunda (insistencia en ser). El estudio de Steensma muestra asimismo otro dato de gran interés: de los casos de su muestra en los que se hizo en la infancia el tránsito completo, ninguno desistió.
Y es que la fuente de la confusión que estamos analizando proviene de esa conjunción disyuntiva del criterio sine qua non del DSM que mezcla dos realidades del todo diferentes bajo un mismo diagnóstico. En realidad, no es una cuestión de persistencias y desistimientos, sino en todo caso una cuestión de criterios diagnósticos imprecisos que llevan a una errónea identificación de caso. Porque los que supuestamente desisten, no desisten de nada. Lo que ha sucedido es que les metieron en un saco (el de la disforia de género) del que posteriormente les sacan.
Si hubiesen sido correctamente identificados nos encontraríamos que la tasa de persistencia sería del 100%. Porque quienes eran transexuales seguirán siéndolo. Aunque, en realidad, la manera precisa de expresarlo sería decir que quienes eran niñas seguirán siendo niñas y quienes eran niños seguirán siendo niños.
Ya podemos saber que no se dan desistimientos en relación a la autopercepción como chica o chica (ni en los niños y niñas transexuales, ni tampoco en los niños y niñas cisexuales). Lo que sí encontramos son casos de transexualidad que permanecen soterrados durante toda la infancia y emergen en torno a la pubertad o más tarde.
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El supuesto rechazo per se hacia los propios genitales
Hay una idea extendida de que las personas transexuales rechazan per se sus genitales, los odian y desean modificarlos. Así es para muchas personas adultas transexuales, y también conocemos niñas, niños y jóvenes que tienen una muy mala vivencia de sus genitales. Pero en otros casos no es así.
De hecho, en los hogares donde se les ha aceptado su identidad en edades cada vez más tempranas, cuando no se les han contrapuesto sus genitales y su identidad, estamos observando que hay niñas y niños que están viviendo sus genitales con mucha tranquilidad.
No sabemos cuál será su vivencia de los genitales cuando sean mayores, pero no parece descabellada la hipótesis de que vaya a ser bastante mejor que la de quienes vieron cómo se negaba su identidad señalando sus genitales. De hecho, algunas de esas niñas y niños se acercan ya a la edad adulta y no muestran ningún malestar con respecto a sus genitales.
Por lo tanto, podemos afirmar que el rechazo a los propios genitales no es un hecho que se da per se, sino que más bien parece que tiene que ver con el hecho de haberles negado quién son por razón de lo que tienen.
Negar su identidad una y otra vez señalando sus genitales (“No puedes ser niña porque tienes colita” o ”No puedes ser niño porque tienes rajita”) es seguramente la causa principal de la mala vivencia de los genitales (“Si no puedo ser quien soy por tener lo que tengo, entonces no quiero tener lo que tengo para poder ser quien soy”).