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El proceso de sexuación prenatal

En el proceso de sexuación prenatal podemos distinguir 4 niveles, pudiéndose diferenciar en el 2º nivel otros dos sub-niveles: Cromosómico, Gonadal (gamético y hormonal), Genital interno y Genital externo

1. Nivel cromosómico

El primer carácter sexual es el genotipo, que es el conjunto de los genes que existen en el núcleo celular de cada individuo, y que queda determinado en el momento de la concepción a partir de la información genética que portan el óvulo y el espermatozoide que lo fecunda.

Los óvulos contienen la mitad de la dotación genética en 23 cromosomas, el último de los cuales es siempre un cromosoma X. En el 50% de los espermatozoides el último cromosoma es Y y en el otro 50%, es un cromosoma X. Dependiendo de si el espermatozoide fecundante contiene un cromosoma X o Y, la célula germinal tendrá un genotipo masculino (con cariotipo 46,XY) o un genotipo femenino (con cariotipo 46,XX), genotipo que será transmitido a todas las células del organismo. También pueden darse otras variantes en el cariotipo 46, como XXY, XXX, XYY, X0…

Durante las primeras seis semanas de vida fetal (hasta la diferenciación gonadal) el proceso de sexuación es muy parecido sea el cariotipo 46 XX o sea XY, pero hay evidencias que indican que ya en ese tiempo se producen algunas diferencias sexuales: por ejemplo, los embriones XY suelen tener un crecimiento superior a los embriones XX.

El cromosoma Y tiene pocos genes y además la mayoría de ellos tienen su correspondencia en el cromosoma X. Pero su papel es crucial porque es el que determinará el sentido inicial del proceso de sexuación, ya que la presencia funcional en el cromosoma Y del gen SRY (sexdetermining region Y) desencadena una cascada genética compleja que conducirá la diferenciación gonadal hacia la conformación del testículo fetal. Sin el gen SRY, comenzaría la diferenciación ovárica, que requiere de ciertas condiciones adicionales.

2. Nivel gonadal

Hacia la quinta semana de vida fetal, se inicia la sexuación gonadal, en la que la progónada indiferenciada se convertirá en testículo o en ovario.

Para ello, es necesario que se haya formado esa progónada indiferenciada. Si esto no ocurriese, se producirá una agenesia gonadal y nacerá una persona con ausencia de testículos u ovarios. En este caso, esa persona se desarrollará como una mujer (porque su identidad sexual será femenina) sin gónadas y con genitales externos femeninos (por lo que será clasificada como mujer).

La progónada indiferenciada está constituida por: médula (de la cual se diferenciará el testículo) y corteza (de la cual se diferenciará el ovario). Por lo tanto, antes de su diferenciación definitiva, ya hay una pre-estructura protogínica y otra pre-estructura protoándrica, por lo que podemos decir que este precursor indiferenciado es dimórfico.

Una vez formado este precursor indiferenciado, las células germinales penetran en su interior dando lugar a lo que acabarán siendo los futuros espermatocitos u ovocitos. Con ello se inicia el primer momento del sub-nivel gamético.

Si se activa la médula de la progónada indiferenciada, se iniciará el proceso de formación del testículo que se completará hacia el final del tercer mes, dando lugar al comienzo del subnivel endocrino. Y en el tercer trimestre se iniciará un proceso de migración testicular desde la cavidad abdominal hasta la bolsa escrotal.

La diferenciación hacia ovario se inicia hacia los tres meses de vida intrauterina. Si bien tradicionalmente se había considerado que, en ausencia del gen SRY (que está en el cromosoma Y), la progónada indiferenciada se diferenciaba espontáneamente hacia ovario, a día de hoy se sabe que para que se dé el completo desarrollo ovárico es necesaria la acción del gen Wnt4, la presencia de dos cromosomas X y también la presencia de células germinales (lo cual no ocurre con el testículo que puede diferenciarse en ausencia de células germinales). Así pues, podría producirse agenesia ovárica que no estuviese causada por la ausencia de progónada, sino por la ausencia de células germinales.

Desde su formación, el testículo ya es una glándula endocrina (productora de hormonas) masculinizante; más aún, en su etapa prenatal el testículo es sólo una fábrica de hormonas masculinizantes y hasta la pubertad, no va a ser una fábrica de gametos masculinos. Por el contrario, el ovario fetal es una fábrica de gametos femeninos y hasta la pubertad no va a ser una fábrica de hormonas feminizantes.

2.1. Sub-nivel gamético

Entre las semanas 6ª y 7ª, la zona medular de la progónada indiferenciada se torna en testículo y las células germinales se incorporan a los túbulos seminíferos donde pasan a ser espermatogonias. Si, por el contrario, la gónada no se diferencia en testículo, las células germinales permanecen en la zona cortical y se transforman en oogonias.

La meiosis es el proceso que se da en las gónadas para la producción de gametos a partir de oogonias y espermatogonias.

El proceso de meiosis que a partir de las oogonias producirá ovocitos comienza entre las semanas 10ª y 13ª , habiéndose completado hacia los 7-8 meses de embarazo. Al nacer, el ovario contiene ovocitos primarios en el último estadio de la profase, que en su mayor parte permanecen en este estadio hasta la pubertad, donde cada mes, uno a uno, acaban su desarrollo madurativo convirtiéndose en óvulos y abandonando el ovario.

A diferencia de las oogonias femeninas que alcanzan el primer estadio de la meiosis durante la vida fetal, las espermatogonias masculinas, no entran en meiosis hasta llegar a la pubertad, permaneciendo por lo tanto en su estadio inicial durante toda la vida prenatal y la infancia.

2.2. Sub-nivel hormonal

La cuestión endocrina es fundamental y determinante en el proceso de sexuación; tanto que, las hormonas sexuales deberían de ser denominadas hormonas sexuantes ya que son el agente sexuante principal del periodo pre-natal. En este periodo, las hormonas sexuantes que juegan un rol más importante son las hormonas testiculares y, entre ellas, la principal es, sin ninguna duda, la testosterona (incluso el estrógeno se obtiene por aromatización de esta testosterona).

Los testículos producen andrógenos (sobre todo, testosterona y hormona antimulleriana), y los ovarios ginógenos (sobre todo, estrógenos y progesterona). Las hormonas testiculares tienen un protagonismo estelar en el periodo prenatal y las hormonas ováricas alcanzarán ese protagonismo al llegar a la pubertad.

Los testículos comienzan a secretar testosterona entre las semanas 8ª y 10ª, aumentando progresivamente hasta alcanzar su máximo de producción (con niveles similares a los que se producen en la vida adulta) entre las semanas 14ª y 18ª (4º-5º mes de vida fetal), siendo estos niveles, en ese momento, unas 10 veces superiores a los valores detectados en caso de haber ovarios.

Parece que entre las semanas 6ª-12ª la testosterona influye en el desarrollo de los genitales internos, y se piensa que entre las semanas 13ª-20ª influye en la formación de los genitales externos. Todos los indicios señalan que este gran pico de producción de testosterona prenatal influye en todas las estructuras que ese momento estén formándose, que son muchas. Al menos, en todas aquellas que tengan receptores androgénicos activos, que son necesarios para que se puede producir la acción andrizante. Podemos encontrar vestigios de esta actividad androgénica prenatal en: vísceras, huesos, músculos, piel, nervios y cerebro.

La testosterona fetal influye en multitud de variables que están formándose en este periodo prenatal: huellas digitales, formación, morfología y tamaño de los genitales externos, longitud de los huesos, peso y talla, determinadas proporciones corporales (tronco-extremidades, cintura-cadera, longitud de las falanges de los dedos índice y anular)… Además va a afectar a algunas características neurológicas (tanto estructurales como funcionales): densidad del cuerpo calloso, lateralidad hemisférica, competencia empática, habilidad viso-motora, agudeza acústica, destreza espacial,… Y parece ser que, también puede influir en la identidad sexual y en la orientación sexual del deseo. A su vez, esta testosterona fetal va a influir en: la producción y detección feromonal, en la intensidad y naturaleza del deseo, en determinados patrones gestuales,…

En caso de que la gónada se diferencie a ovario, se dan niveles más bajos de testosterona y otros andrógenos en todas las etapas de su vida, pero que sean más bajos no significa que sean inexistentes. También se fabrican andrógenos en las glándulas adrenales y estos andrógenos fetales juegan un importante papel en el desarrollo de los genitales femeninos; de lo cual, por ejemplo, las mujeres poco androgenizadas tienen clítoris y labios menores pequeños mientras que las mujeres muy androgenizadas pueden tener clítoris más grandes.

Tras el nacimiento los ovarios producen un aumento de los estrógenos; fruto de ello, pueden tener una menstruación e, incluso, una ovulación. Posteriormente, el nivel de estrógenos disminuye, permaneciendo particularmente bajo hasta la pubertad. En esos momentos de baja producción, los niveles de estrógenos en quienes tienen ovarios son ocho veces mayores que los que se encuentran en quienes tienen testículos, para la misma edad. Al llegar la pubertad y activarse la producción ovárica, no sólo aumentan los niveles de estrógenos y progesterona sino que también aumentan los niveles de testosterona (cuya producción también fluctúa a lo largo del ciclo menstrual).

3. Nivel genital interno

A partir de la 4ª semana, se inicia la sexuación de los genitales internos. Para ello, es necesario que se forme un precursor dimórfico constituido por dos pares de conductos diferentes: los de Wolff (que darán lugar a los genitales internos masculinos: epidídimos, conductos deferentes y vesículas seminales) y los de Müller (que darán lugar a los genitales internos femeninos: trompas de Falopio, útero, cérvix y porción superior de la vagina). Se trata de un precursor dimórfico que contiene ambas preconfiguraciones.

Para producir la diferenciación genital interna masculina, el testículo fetal ha de secretar dos sustancias: la testosterona, que actúa sobre los conductos de Wolff propiciando que se desarrollen formando los genitales internos masculinos; y la hormona antimulleriana, que actúa sobre los conductos de Müller para que regresen, inhibiendo así la formación de los genitales internos femeninos.

Si no hubiese influencia testicular alguna: no regresarían los conductos de Müller (porque no habría sustancia antimulleriana) pero sí lo harían los de Wolf (que necesitan de la acción testosterónica para desarrollarse). Esto hace pensar, de nuevo, en una sexuación por omisión gínica; sin embargo, se tiene ya conocimiento de que además son necesarios determinados genes para que se puedan desarrollar los genitales internos femeninos.

4. Nivel genital externo

Hacia la 5ª semana se inicia el proceso de sexuación de los genitales externos. Todo comienza con la formación del esbozo genital indiferenciado que es una pre-estructura ginándrica (no dimórfica) desde la cual se producirán los genitales externos (tanto masculinos como femeninos) con todos sus hechos de diversidad.

El esbozo genital externo consta de cuatro pre-estructuras indiferenciadas: seno urogenital (que dará lugar a la vejiga, la uretra prostática y la uretra membranosa; o bien a la vejiga, la uretra y el vestíbulo), las eminencias genitales (que darán lugar al escroto o los labios mayores), los pliegues urogenitales (que producirán la uretra peneana o los labios menores) y el tubérculo genital (que se transformará en glande del pene o del clítoris).

Hacia la 9ª semana comienza el proceso de diferenciación de tales estructuras; cada una de las cuales puede andrizarse (mucho o poco, más o menos) de diferente manera y en diferentes momentos, dependiendo de la influencia androgénica.

Como esta acción androgénica ocurre sobre un precursor ginándrico, produce un continuo sin discontinuidad alguna; por lo tanto no hay saltos ni fronteras entre las diversas formas que los genitales pueden adoptar, dando lugar a un continuo de posibles morfologías más masculinas o más femeninas.

Y será a partir de la morfología de los genitales externos que se realizará la suposición del sexo del recién nacido. A no ser que dicha morfología no resulte claramente masculina ni femenina para quienes pretenden hacer dicha suposición, en cuyo caso buscarán otros indicadores sobre los que realizar dicha suposición.

Si no hubiese influencia testicular alguna: no regresarían los conductos de Müller (porque no habría sustancia antimulleriana) pero sí lo harían los de Wolf (que necesitan de la acción testosterónica para desarrollarse). Esto hace pensar, de nuevo, en una sexuación por omisión gínica; sin embargo, se tiene ya conocimiento de que además son necesarios determinados genes para que se puedan desarrollar los genitales internos femeninos.

© Joserra Landarroitajauregi
(este apartado es un resumen de un texto inédito del psicólogo, pedagogo y sexólogo Joserra Landarroitajauregi y tiene derechos de autor)