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Acompañar la transexualidad en el hogar

Cómo acompañar el crecimiento de nuestras hijas e hijos en situación de transexualidad

Acompañar el crecimiento de una niña o un niño significa poner las condiciones para que pueda caminar, quitando obstáculos, dando recursos y abriendo posibilidades. Sin decirle por dónde tiene que ir (porque sólo uno mismo puede saberlo). Caminando a su lado, justo un paso por detrás y con la mano abierta y el abrazo siempre dispuesto. Para que pueda ir decidiendo su camino con la seguridad de que estamos ahí, para lo que necesite. Sin frenar y sin empujar. Ofreciéndole la seguridad de nuestra presencia que respeta sus ritmos y atiende sus necesidades. Regalándole la libertad de poder ir eligiendo, de entre todos los caminos posibles, su propio camino y a su propio ritmo. Y esto por supuesto no significa no hacer porque, para que pueda acceder a todos los caminos posibles va a haber que hacer y además muy activamente.

Nuestra actitud como madres y padres

Para reflexionar sobre cómo acompañar a las niñas y niños en situación de transexualidad quizás lo primero de todo sería preguntarnos cómo queremos criar y educar, independientemente de si la identidad expresada coincide o no con la que suponíamos.

El objetivo de la educación

Si el objetivo de la educación es que los hijos hagan y digan las cosas que su padre y su madre quieren, que sus gustos sean los adecuados según el criterio adulto, que en el futuro sean médicos o modistas porque la tradición familiar así lo establece y así decide la familia que ha de ser… entonces nuestra función será prohibir algunos gestos y maneras, algunos juegos y aficiones, algunos espacios y tiempos, e imponer otros. No según el criterio y las necesidades de la hija o del hijo, sino según nuestro criterio adulto que será quien se arrogue el derecho de ir decidiendo no sólo lo que le conviene o no, lo que ha de hacer y lo que no, sino incluso cómo ha de ser esa niña o ese niño. Cómo ha de ser y qué ha de ser. Quién ha de ser. Una educación así cuya función es moldear cómo han de ser los niños y niñas, aunque parta de la voluntad de cuidar y de contribuir al bienestar, dificulta el desarrollo personal y además puede generar sufrimiento.

Hay otra manera de educar que parece mucho más sensata, fértil y amable: la del acompañamiento desde una actitud de cultivo. Se trataría de atender sus necesidades, de promover potencialidades y posibilitar que cada quien pueda ir desplegando su peculiar manera de ser; de poner las condiciones para que puedan ir construyéndose como seres únicos y peculiares, poniendo en valor el hecho de ser diversos.

Hay otra manera de educar que parece mucho más sensata, fértil y amable: atender sus necesidades, promover potencialidades y posibilitar que cada quien pueda ir desplegando su peculiar manera de ser.

Las consecuencias de nuestra actitud en la identidad sexual

Es fundamental aclarar que, en relación a la identidad sexual, nuestro proceder como madres y padres no es lo que causa que nuestras hijas e hijos sean niña o niño. Tampoco vamos a poder hacer nada para corregir ni cambiar su autopercepción como niña niño.

Ahora bien, lo que hagamos sí que influirá, en gran manera, en cómo todo esto se gestiona. Si pretendemos ajustar, cambiar o corregir, vamos a producir sufrimiento y afectaremos negativamente su desarrollo.

Lo que podemos lograr es destrozar la estima de nuestras hijas e hijos y destrozar nuestra relación con ellos (además de en algunos casos destrozar la relación con nuestra pareja, e incluso destrozarnos a nosotros mismos). Esto suele ocurrir cuando se produce una tóxica mezcla de ignorancia, prejuicio, temor, obstinación y culpa.

Nuestro proceder como madres y padres no es lo que causa que nuestras hijas e hijos sean niña o niño. Ahora bien, lo que hagamos sí que influirá, en gran manera, en cómo todo esto se gestiona.

El miedo

Para muchas madres y padres, hay momentos en los que el sentimiento de miedo es arrollador. Muchas veces se trata del miedo a un posible sufrimiento en el futuro. Y este miedo al sufrimiento futuro, además de no poder cambiar la realidad, lo que hace es generar sufrimiento en el presente.

El miedo a veces lleva a desear que las cosas no sean como son (“Quiero aceptar lo que me expresa pero, si es así, ¿cuánto va a sufrir de mayor? Sería mejor si no fuese así…”). Pero las cosas son como son y no como uno desearía o como uno cree que serían mejor. Y este miedo muchas veces imposibilita avanzar y acompañar las necesidades de esa niña o niño que está sufriendo.

Para muchas familias, cuando se da el paso de aceptar la realidad, aparece un abismo donde los miedos ante lo que podía ser empiezan a vivirse como el miedo ante lo que es, pasando del miedo a lo posible al miedo a lo real. En ocasiones esto puede generar enfado y rabia. Otras veces, lleva a la tranquilidad (“Vale, ya está, esto es lo que hay. Ahora a ver qué hago con ello”).

El miedo muchas veces imposibilita avanzar y acompañar las necesidades de esa niña o niño que está sufriendo.

Mi hijo llevaba mucho tiempo pidiendo calzoncillos. Le pregunté a disgusto y con miedo si quería comprar unos calzoncillos. Saltó de la silla con los ojos como platos, se me echó encima, me abrazó con todas sus fuerzas, me daba mil besos y me repetía una y mil veces lo mucho que me quería. Su ilusión, su fuerza, su mirada, su alegría… eran desbordantes. El flotaba y yo me hundía. Me hundía por miedo, por la magnitud que estaba cogiendo todo, me hundía por no haberle comprado unos calzoncillos mucho antes, me hundía porque comenzaba a comprender el peso que arrastraba con tan solo cuatro años. Me hundía porque quería quitarle esa carga. Sabía a lo que se enfrentaría el resto de su vida, la pelea día tras día, y yo no podría hacer nada.

Duelos

A veces los familiares vivimos procesos de duelo, en los que vamos a elaborar sentimientos de tristeza que se expresan, por ejemplo, como “la pérdida de mi hija” o “de mi hijo” y que en realidad significan la pérdida de lo que yo pensaba que era, de lo que yo pensaba que iba a ser el día de mañana, de las expectativas, de las fantasías… Y estos procesos requieren una adaptación emocional a la nueva situación en la que se sufre la pérdida de esa hija (o hijo) que, aunque no existía, para mí era muy real.

Será importante que reconozcamos ese dolor y ese duelo, y seamos capaces de gestionarlo, sin cargarlo sobre nuestro hijo o nuestra hija. Seguramente tengamos que buscar espacios donde poder vivir, desahogar y elaborar nuestro dolor y nuestro desconcierto. Para así poder acompañar a nuestras hijas e hijos.

A veces vamos a elaborar sentimientos de tristeza que se expresan, por ejemplo, como “la pérdida de mi hija” o “de mi hijo” y que en realidad significan la pérdida de lo que yo pensaba que era.

Nadie tiene vocación de ser padre o madre de un niño o una niña transexual; así que cuesta trabajo empezar a serlo y reconocerse como tal. Estos papás y mamás —escogidos al azar y sin sesgo conocido alguno—, cada uno a su ritmo y según sus particulares circunstancias, se van dando cuenta de que lo son, y de lo que son, a través de pertinaces indicios que sus criaturas expresan desde sus primeros años de vida. Durante un tiempo lo niegan y reniegan de su suerte. Casi siempre empiezan contrariando y ocultando lo que pasa; confían en que sea un asunto infantil y pasajero. Con lentitud, lo van elaborando: se informan, lo asumen, lo gestionan,...; incluso se organizan para darse apoyo y producir cambios de todo tipo. Todo es muy difícil porque parten desde cero y porque lo tienen casi todo en contra y a casi todos culpándoles: por lo que hacen y por lo que no hacen. Con mucha responsabilidad, con admirable resiliencia e, incluso, con silencioso heroísmo, van haciendo lo que pueden y como pueden.

A pesar de las dificultades, es impresionante lo que están logrando en poco tiempo y con pocos medios. Por mi parte, me congratula ser testigo directo de todo ello y me enorgullece contribuir a lograr un objetivo universal: que sus niños y niñas lleguen a ser varones y mujeres normales y corrientes, que estén bien consigo mismos y tengan un lugar digno en el mundo.

Joserra Landa