Por unos u otros motivos, puede ocurrir que una estructura potencialmente sexuable no se sexúe nunca (de lo cual, suele permanecer en su pre-forma gínica); incluso puede ser que ni siquiera llegue a formarse (y no podrá diferenciarse porque no se ha formado). Así pues, aunque la sexuación sea universal, pueden darse excepciones.
Los agentes sexuantes pueden realizar acciones positivas (masculinizar o feminizar) pero también pueden realizar acciones negativas (demasculinizar o defeminizar). Y si bien solo hay dos modos de la sexuación (dos sentidos de una misma dirección), en ningún caso hay, sólo, dos resultantes del proceso final de la sexuación. Nunca hay, ni puede haber, dimorfismo. Al contrario, el resultante de la sexuación es, siempre y necesariamente, polimórfico; o sea, intersexual. No se trata de dos fuerzas antagónicas y disyuntivas (“o”) que se oponen sino de dos componentes conjuntivos (“y”) que concurren.
La acciones sexuantes dependen de cuál y cuánto agente sexuante actúa en un determinado lugar y en un determinado momento. Dependiendo de estas variaciones y combinaciones se producen, en cada estructura sexuada, diferencias sexuales que pueden ser cualitativas o cuantitativas. La mayor parte de ellas son una cuestión de gradación; por ello, casi todos los rasgos sexuales son compartibles y pueden estar presentes tanto en mujeres como en hombres.
La mayoría de los sucesos sexuantes están producidos por hormonas con acción andrógena o ginógena. Muchos de estos hechos ocurren antes del nacimiento. Y en la pubertad vuelve a darse un pico de alta actividad.